Ciertas ideologías sostienen que la religión es, por principio, creadora de autoritarismos. Sin embargo el problema no es la religión, sino su corrupción ósea el fundamentalismo religioso. En realidad, esta dinámica sectaria se da también en nombre del Estado, de la revolución, de la libertad e, incluso, de la democracia.
Las rivalidades étnicas o tribales, el afán de expansión de algunas culturas y la codicia han convertido la historia humana en una sucesión de guerras y crueldades.
A pesar de eso, nadie defiende que la cultura, el comercio o la pertenencia a determinada raza sean algo intrínsecamente malo y contrario a la humanidad.
De hecho, muchas personas se sienten motivadas por sus creencias a participar en política, enfrentarse a la corrupción, desarrollar una labor social, etc. En nuestra región latinoamericana se cuenta con un caso histórico notable: la iglesia promovió el respeto y la promoción de los pueblos indígenas, inculturó el Evangelio y defendió su dignidad.
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